domingo, 1 de mayo de 2011

La Función de la Función Teatral

El juego de palabras “función de la función”, en si misma nos obliga a una reflexión: ¿El teatro se basta en sí misma, o termina siendo herramienta de otra cosa? Esta definición conceptual, nos deja entrever un límite muy delgado entre la transmisión de un mensaje, y la obra propiamente tal.

Al observar la plástica, podemos trazar un límite mucho más claro en la tensión entre el tema y la ejecución artística (por ejemplo la materialidad de un cuadro). Sin embargo, a mi modo de ver, en el teatro los límites se tornan más difusos. Plantear “una” función del teatro requiere observar un fenómeno complejo, por las distintas aristas que tiene el teatro en sí. A grandes rasgos, es un proceso de creación, lo que arranca desde una profunda investigación temática y escénica (que se sostiene por la creación artística en sí misma); a la vez es un acto vivenciado por quienes interpretan y quienes observan o participan del montaje; y finalmente la participación activa de un público que recepciona mediada por sus experiencias la obra.

Bajo este esquema simplificado, el teatro permite enfocar un discurso o investigación en torno a la vida social, permitiendo gatillar una reflexión en torno a un hecho concreto de nuestra realidad, la cual ya sea de un montaje más literal o hasta enfocado netamente en la abstracción de un cuerpo, implica una reflexión de quienes somos.

Muchas veces, paseamos por el mundo sin reflexionar más allá de lo que ocurre en nuestro entorno, y comenzamos a invisibilizar realidades. El teatro nos permite una reflexión más aguda, entregando la posibilidad de despertar un mundo. En particular, la experiencia de ir a ver Topografía de un Desnudo de la compañía La María, me sirve de ejemplo de cómo el montaje hizo un “click” en mi modo de aproximarme con mi mundo. En general, hay partes de nuestra realidad que las tendemos a invisibilizar, por ejemplo los mendigos. Si bien los observamos en las calles, tendemos a olvidarlos en nuestra mirada. El observar una obra en torno ello, nos obliga a tenerlos presente, y tomar conciencia de que compartimos el mismo espacio.

Es por ello, que a mi juicio el teatro no puede bastarse como un mero espacio de entretención, porque éste resalta una complejidad mayor a través de su recepción perceptiva. El teatro trabaja en torno a lo más básico de nuestra existencia, que es el juego. La forma primaria de relacionarnos en este mundo, es a partir del juego. Si lo analizamos bien, es un procedimiento bastante complejo. De partida, no es una interacción que se da solo con otros niños. El juego infantil se basa en una interacción con un mundo imaginado, con animales, con objetos (como el jugar con una botella de plástico), en acciones (como el estar encumbrándose en mallas o refalines en las plazas), o con otros niños (en aquella facilidad de hacer amigos con el extraño), la que se ve potenciada por una exploración infinita en su “mero proceso recreativo”. Para un niño el jugar no tiene un fin más que el jugar, y aún así el niño está conociendo el mundo.

El teatro en sí mismo es una investigación en torno a lo que somos, independiente del grado de literalidad o abstracción que tenga el montaje, siempre remitirá a una auto-observación, porque estará recepcionada por nuestros sentidos. Nos llega de manera fluida, porque está anclada en lo más profundo de nuestra existencia, nos permite conectarnos con nuestras emociones (consciente e inconscientemente); con miedos, anhelos, penas, heridas, etc. y en ello radica la riqueza investigativa que presenta el teatro, porque nos reafirma como individuos de una comunidad, pero con la posibilidad de tomarla desde nuestras experiencias. Si bien el salto de la generación de conciencia a producir un cambio, puede ser una conclusión muy apresurada, y lo más probable es que el caso anterior no produzca un hecho concreto en torno a la ayuda concreta en torno a la situación de calle, el teatro en sí, como una suerte de reflexión de la realidad, permite conectarme con un mundo que está en mi mano, y no lo logro palpar. Tal como los niños juegan y exploran su realidad, aunque ello implique la experiencia del jugar como un hecho concreto que se basta en sí mismo, el teatro no solo es una experiencia artística, sino que además nos “pellizca” y nos dice: esto somos.

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